domingo, 19 de julio de 2015

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

San Marcos 6,30-34


                                                  
    En aquel tiempo los Apóstoles volvieron a reunirse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado.
    Él les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Porque eran tantos los que iban y venían, que no encontraban tiempo ni para comer. Se fueron en barca a un sitio tranquilo y apartado.
    Muchos los vieron marcharse y los reconocieron; entonces de todas las aldeas fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron. Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.
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     Cumplida la misión, los apóstoles regresan e informan a Jesús del resultado de la misma. Es interesante advertir que durante la ausencia de los Doce, Jesús no ha hecho nada significativo que pudiera ser desconocido por ellos. El v 30 tiene diversas lecturas: "Y ellos le contaron todo (¿la muerte del Bautista, y en tal caso habría que considerar la retirada de Jesús a un lugar solitario como respuesta a la acción de Herodes, cf. Mt 14,13?), lo que habían hecho y enseñado". Según Marcos, sin embargo, la retirada a un lugar deshabitado está motivada por la necesidad de descanso (v 31); que puede traducirse también como necesidad de análisis y reflexión. La acogida de Jesús, en todo caso, deja entrever su delicadeza para con los misioneros. Mientras, las gentes le buscan sin descanso, como ovejas sin pastor. El texto sirve de preludio a la primera multiplicación de los panes, cuya finalidad es presentar a Jesús como el inagurador de los tiempos definitivos: el nuevo Moisés (maná), buen pastor, superior a Eliseo (2 Re 4, 42-44).
REFLEXIÓN PASTORAL
     "Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco... Y se fueron en barca a solas a un lugar desierto". ¿Las vacaciones de Jesús con sus discípulos? No. Este texto, en su intención original, no pretende ser una legitimación bíblica del período de vacaciones, del que muchos - no todos- disfrutan en estos meses; pero sí que puede ayudarnos a vivir esos días con profundidad humana y cristiana.
     Ya nos dice la Biblia que "el séptimo día descansó de toda la obra que había hecho. Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró... (Gén 2,2-3)".
     El descanso -no el paro- es un don de Dios al hombre; una bendición divina; un derecho tan inherente a la dignidad y vocación del hombre como lo es el trabajo. El problema reside en cómo interpretar ese descanso, que no consiste en no hacer nada, ni en una evasión superficial y consumista, sino más bien en cultivar aquellas dimensiones que responden a las exigencias más íntimas de nuestra personalidad sin la presión de un horario laboral rígido.
     En tanto que en el trabajo profesional, especialmente en el mecánico o técnico, el hombre aparece teledirigido desde fuera, en las actividades del tiempo libre es el hombre quien desde sí crea y se recrea, actualizando su libertad y su interioridad.
     En el período de vacaciones el hombre debe reencontrarse consigo mismo; debe también reencontrarse con su entorno: personas y cosas, desde una perspectiva más festiva, cordial y desinteresada. Y, sobre todo, debe reencontrase con Dios. El verano no debe ser "un tiempo de rebajas" en nuestra vivencia religiosa. Dios debe seguir ocupando el centro de nuestro tiempo. Saber vivir el descanso no solo como tiempo de ocio, sino como tiempo de gracia es la ciencia del cristiano. El tiempo de descanso debe ser también un tiempo “consagrado”.
     Atendamos un momento a la segunda lectura. En un verano en que no hay vacaciones para la violencia y la guerra, Jesús “vino a anunciar la paz: a los de lejos y a los de cerca”. En un verano donde, por motivos políticos, económicos y religiosos los pueblos no solo están divididos sino enfrentados, Él, “de los dos pueblo ha hecho uno, derribando en su cuerpo de carne el muro que los separaba: la enemistad”. En un verano donde es posible  que continúe el proceso de degeneración de los auténticos valores: El ha venido para “crear en sí mismo un único hombre nuevo”.
     Descansar con Jesús no es una huída, sino un encuentro; no es una evasión sino un auténtico “curso de verano”, donde se aprenden lecciones importantes para la vida;  no es solo tiempo de ocio, sino tiempo de gracia.
     El verano ofrece posibilidades inéditas para la acción pastoral y la vivencia de la fe. Favorece la reflexión, la lectura y meditación de la Palabra de Dios, una oración más pausada, la oportunidad de celebrar el tiempo y la naturaleza con una actitud más festiva y menos precipitada, agradecer la compañía de los amigos y familiares, y disponer de más tiempo para los demás, la acogida de forasteros…
     El verano obliga a redimensionar los servicios pastorales, pero no a reducirlos (menos aún, a suprimirlos); a cuidar una liturgia más dinámica y plural, porque muchos vienen de “fuera” y de “lejos”, y han de ser atendidos y acogidos; a esencializar para no cansar.
       Porque del verano hay que regresar y no solo con la tez morena sino con el espíritu tonificado para afrontar con ilusión y energías los retos del nuevo curso. Del verano no hay que volver cansados, sino enriquecidos.       

     Acojamos con gratitud y responsabilidad el descanso de estos días; no olvidemos a quienes no pueden disfrutar de él por el motivo que sea, y dispongámonos para en todos nuestros encuentros ser portadores de paz y bien. Procediendo así “encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,29).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cómo programo el tiempo de verano?
.- ¿Es un tiempo de rebajas espirituales?
.- ¿Lo vivo solo como tiempo de ocio o también como tiempo de gracia?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 12 de julio de 2015

XV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 SAN MARCOS  6,7-13

                             
   En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. Y añadió: Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
   Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
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    Los Doce son iniciados en el segundo objetivo de la elección: “ser enviados a predicar con poder de arrojar los demonios” (3, 14-15). Enviados por Jesús, con la misión de Jesús y al estilo de Jesús. Se trata de una avanzadilla circunscrita a Galilea. La misión evangelizadora es una misión liberadora, que exige, en primer lugar, la liberación del evangelizador. El mensaje debe ser el único vagaje del misionero. El envío de dos en dos puede obedecer a la conveniencia de ayuda recíproca y de fortalecimiento del testimonio la palabra. Quizá en estas recomendaciones se recojan ya prácticas de la primera misión pos pascual.
REFLEXIÓN PASTORAL
    Misionero del Padre, Jesucristo nos ha dado a conocer el Misterio de su voluntad, el plan que había proyectado realizar cuando llegase la plenitud de los tiempos: recapitular todo en Cristo (2ª lectura; cf. Col 1,15-20).
    En Él “hemos sido bendecidos con toda clase de bienes espirituales”, hemos sido elegidos y consagrados; en Él hemos sido destinados a ser hijos de Dios y hemos sido redimidos de nuestros pecados. ¡Somos la obra del amor de Dios revelado en Jesucristo! Este es el plan que el Padre le encomendó. Y del que Él nos ha hecho no solo destinatarios sino mensajeros-misioneros.
     Una misión, un plan que primero hemos de vivenciar personalmente nosotros y después anunciar públicamente a los otros. En eso consiste la misión de la Iglesia y de cada miembro de la Iglesia.
     Una misión que encontrará reticencias y resistencias. Fue lo que ya le ocurrió al profeta Amós (1ª lectura). Las instituciones oficiales, acostumbradas a las rutinas de lo oficial y a los intereses del poder, lo rechazaron. Como le sucedió a Jesús. Su misión liberadora, salvadora fue rechazada por la oficialidad de entonces, porque no encajaba ni servía a sus intereses.
     La misión, el anuncio del Evangelio, lleva en sí este riesgo, porque es una llamada real a la conversión y a la revisión, y eso nos cuesta a todos asumirlo. Pero hay que hacerlo. ¡Misión hay! ¿Hay misioneros?
     El relato evangélico de hoy nos dice que ser cristiano es enrolarse en la misión de Jesús: con su contenido y sus estilos.
     Hubo tiempos en que “misión” sonaba a lejanas tierras, y  que identificaba a “misionero” con hombres y mujeres abnegados, que, dejándolo todo, se embarcaban para esa tarea. Ese rostro de la misión continúa, pero no es ya su único rostro y, si se me permite, no es el más urgente.        
     Se han producido transformaciones importantes en nuestra sociedad y en la misma Iglesia. Ya no hace falta embarcarse hacia tierras lejanas, porque el campo misional se ha extendido e introducido en espacios y ambientes considerados tradicionalmente cristianos. Hoy es campo de misión la familia, la parroquia, la sociedad en que vivimos…; nuestra propia vida necesita ser “misionada”, en cuanto está necesitada de una sincera conversión.
            Es necesario avivar y vivir esta conciencia y esta urgencia misionera, que es tanto como decir que es necesario vivir conscientemente nuestra responsabilidad cristiana. “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz…, brille vuestra luz” (Mt 5,13. 14.16). ¿Qué hemos hecho de esa luz…? ¿Qué hemos hecho de esa capacidad de sazonar la vida? “Si la luz  que hay en ti está oscura… (Mt 6,23); si la sal se vuelve sosa…” (Mt 5,13)”.

            Hoy es un día para dar gracias a Dios por la obra, por la misión realizada en favor nuestro por Jesucristo; pero también es un día para tomar conciencia de la necesidad de entregarnos generosamente a la difusión, al testimonio de esa obra – que es nuestra misión-.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Siento en mí la urgencia de la misión?
.- ¿Vivo encerrado en mis intereses?
.- ¿Experimento la obra de Dios realizada en mí por Jesucristo?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 5 de julio de 2015

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

Marcos 6,1-6

    En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: ¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es esa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago, José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
    Jesús les decía: No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
    No pudo hacer allí ningún milagro, solo curó a algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
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    Los paisanos de Jesús creían conocerle, porque conocían a sus parientes; pero la verdadera y más profunda dimensión de Jesús escapaba a su control:¡les faltaba la fe! El relato es valioso por las informaciones que nos filtra sobre los familiares de Jesús, y su propia identificación como “el carpintero”. Probablemente san José ya habría muerto. Jesús, como los profetas de Israel, no fue reconocido como enviado de Dios. Solo la fe descubre a los profetas.

REFLEXIÓN PASTORAL
    Podríamos titular esta reflexión como “El desprecio de un profeta”. De eso nos hablan la primera lectura -el desprecio del profeta Ezequiel-, y el Evangelio -el desprecio de Jesús-. También san Pablo alude a que, en su condición de apóstol de Cristo, vive “en medio de las debilidades, los insultos, las  privaciones, las persecuciones y las dificultades”. Y es que “un discípulo no es más que su maestro” (Mt 10,24).
     Un rechazo que en el fondo no lo es tanto del personaje en sí, sino, sobre todo, del mensaje que anuncia, porque es considerado molesto, inquietante, “desestabilizador” de sistemas, intereses y posturas personales muy arraigadas. Y es que la Palabra de Dios, Jesús, ya fue presentada como bandera discutida (Lc 2,34), y su evangelio como “espada de doble filo” (Heb 4,12), que por su capacidad y exigencia renovadoras provoca resistencias, sin que falten los intentos de silenciarla, ignorarla o despreciarla, encadenando a sus profetas, pero “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9).
      Es el reto y el riesgo de la palabra de Dios. Con un plus de peligrosidad añadida para nosotros. La proclamamos y aclamamos como palabra de Dios, pero ¿la damos cabida en nuestro corazón y la concretamos en la vida? Porque ya advirtió Jesús de que es posible decir “no”, diciendo “sí”; y de que también es posible lo contrario: decir “sí”, diciendo “no”.
      Es posible decir “sí” y no hacer;  y decir “no” y hacer. Lo ilustró con una parábola: “Un hombre tenía dos hijos. Al primero le dijo: “Hijo, vete a trabajar hoy en la viña”. El contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Y él contestó: “Voy, señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo la voluntad de su padre?” (Mt 21,28-31).
     Y es que no basta con decir “Señor, Señor”, hay que cumplir “la voluntad de mi Padre” (Mt 7,21). De lo contrario podremos escuchar aquella recriminación: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15,8).
      La palabra de Dios nos insta a acogerla cordialmente y a concretarla vitalmente, pero también nos recuerda que esa palabra, su acogida, su vivencia y testimonio no es una decisión cómoda. Esa palabra  implica riesgos y sacrificios, porque esa no es hoy la “palabra oficial”, ni es la palabra “de moda”, sino una palabra crítica, polémica, impugnada y hasta ridiculizada como “locura” (1 Cor 1,18) por lo que san Pablo llamaba la “sabiduría” del mundo (1 Cor 1, 20). Sin embargo es el mismo apóstol quien nos dice que eso no le acobarda, al contrario, en esa situación “vive contento” porque ahí se manifestará la fuerza de Cristo. 

     A nosotros, sin embargo, esta situación de acoso, de ninguneo, nos pone nerviosos, nos asusta, nos cohíbe y paraliza. Y desde esa situación quizá podamos orar con propiedad las palabras del salmo responsorial: “Misericordia, Señor…, que estamos saciados de desprecios, nuestra alma está saciada del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos” (Sal 123,3); pero también podremos decir con san Pablo: “Muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo” (2 Cor 12,9). Y “si Dios, en Cristo, está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31).
REFLEXIÓN PERSONAL
    .- ¿Cómo reconocer hoy a los profetas?
    .- Estoy dispuesto a correr riesgos por fidelidad a la palabra de Dios?
    .- ¿Es profética la voz de la Iglesia hoy?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.