domingo, 6 de diciembre de 2015

II DOMINGO DE ADVIENTO

  San Lucas 3,1-6

    "En el año quince del reinado   del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías: “Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios."
                      ***                  ***                  ***                  
    La historia de la salvación no es una abstracción: se ubica en la historia de los hombres: tiene nombres, geografía y cronología… La irrupción de Jesús se vio precedida  por la actividad de Juan el Bautista: la voz que gritaba en el desierto un mensaje renovador y de esperanza, ofreciendo como signo un bautismo de conversión.
REFLEXIÓN PASTORAL
          Comenzábamos el pasado domingo la andadura por el ciclo litúrgico del Adviento con el deseo de adentrarnos en el camino de Cristo, de convertirnos a ese horizonte de esperanza que es la venida del Señor. Venida que san Pablo hoy designa como “el Día de Cristo Jesús” (2ª lectura); lo que, implícitamente, supone afirmar que, en tanto llegue ese día, estamos viviendo “días de otro”, de otros señores, de otros poderes, de otros valores..., y eso puede desorientar nuestra fe y desfondar nuestra esperanza.
         ¿Cómo vivir estos tiempos, en verdad recios? Ante todo no permitiendo que las contradicciones de la vida nos sumerjan en el escepticismo, ni que las utopías humanas aminoren o ahoguen en nosotros el deseo por el Señor y su venida.
            Hoy, la liturgia quiere fortificar nuestra esperanza con una verdad fundamental: la llegada del “Día de Cristo”, que supondrá un juicio -no una revancha, sino el triunfo de la verdad-, clarificando definitivamente las diversas situaciones de la historia humana, poniendo a cada uno en su sitio e invirtiendo, consecuentemente, bastante ordenes y escalafones (cf. Sab 5).
Y es importante mantener viva esta referencia a la verdad última, para que no nos obnubilen y ofusquen las medias verdades o las grandes mentiras.
“En el cristianismo hay muchas paradojas. Y una de ellas es esta: cuanto más peso damos en nuestro corazón a la otra vida, más capaces nos hacemos de liberar y transformar esta a favor del hombre. Porque así son los planes de Dios. Cuando la vida eterna desaparece de nuestra mente, las cosas de este mundo se agrandan ante nosotros y acaban dominándonos, nos deshumanizan, nos dividen, acaban con la paz del mundo y la alegría de los corazones” (Sebastián Aguilar).
            La palabra de Dios (1ª) nos invita a despojarnos de vestidos de luto y aflicción (las obras del pecado) y a revestirnos de galas perpetuas (las obras del amor); a ponernos en pie, a ascender y mirar al Oriente, lugar de donde viene la Luz. Dios diseñará un horizonte nuevo y un camino nuevo con su justicia y su misericordia.
Pero la liturgia de hoy no solo nos muestra el objeto final de nuestra esperanza, nos descubre también el modo de vivir en la espera: “Preparad el camino del Señor”. Acondicionando primero el propio camino: valles de desesperanza y vacío, que hay que rellenar; montes y colinas de presunción y orgullo, que hay que abajar; caminos sinuosos y llenos de ambiguedades y contradicciones que hay que clarificar y rectificar...
Hacer habitables y transitables los espacios de nuestra vida persona y comunitaria, abriendo oasis de autenticidad, solidaridad y esperanza, desde una profunda conversión al Señor y a los hermanos.
La esperanza cristiana no es quedarse boquiabiertos mirando al cielo, ni de brazos cruzados mirando al suelo. Nuestra esperanza debe implicarnos y complicarnos en la realización de lo que esperamos.
            Hacer camino, he ahí el modo cristiano de esperar. Pero, ¿cómo? Es san Pablo quien nos dice: “que vuestra comunidad de amor siga creciendo más y más en penetración y sensibilidad para discernir los valores”. El amor es el mejor constructor de caminos a la esperanza, además de ser el mejor camino. Pero no un amor platónico ni diplomático, sino un amor operativo, “como yo os he amado” (Jn 13,34). Un amor crítico, que discierne situaciones personales y estructurales, un amor que urge rectificaciones donde sean necesarias. No, por tanto, condescendencia indolente, sino urgencia para el bien.
Esto, entre otras cosas, significa esperar “el día de Cristo” y trabajar porque su Reino llegue a nosotros. Que el Señor nos ayude a comprenderlo y a vivirlo.   
Reflexión Personal

.- ¿Cómo preparo y me preparo para "el Día de Cristo"?
.- ¿Por qué caminos discurre mi vida?
.- ¿Qué discernimiento hago de los valores de la vida?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 29 de noviembre de 2015

DOMINGO I DE ADVIENTO

  San Lucas 21,25-28

                                                  
    "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo, pues las potencias del cielo temblarán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube, con gran poder y gloria. Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabez; se acerca vuestra liberación. Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación por el dinero, y se os eche de repente encima aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre."
                                            ***                  ***                  ***                  ***
    A pesar del lenguaje apocalíptico, la venida del Hijo del Hombre, descrita por Lucas según la terminología de Dan 7,13s, será un gran acontecimiento de liberación. Entonces serán recapituladas todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). Un proceso que ya ha comenzado. Los cristianos han de saber leer la historia, los signos de los tiempos, incluso en sus capítulos más sombríos, inyectando en ellos la dosis necesaria de esperanza, y colaborando para que en esos signos se perciba el proceso liberador de Dios.
REFLEXIÓN PASTORAL
     Estrenamos calendario. Hay que poner los relojes en hora. Comenzamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento. La Iglesia, a través de los diversos tiempos -Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua y Tiempo Ordinario- quiere concienciarnos a los cristianos para que vivamos e interioricemos el misterio de la salvación, meditando y celebrando sus contenidos más importantes.
     No solemos valorar correctamente el tiempo de Adviento; nos parece un tiempo sin identidad, breve, de trámite, de tránsito para la Navidad. Es verdad que es un tiempo intermedio, no definitivo, pero ineludible y decisivo. Es el tiempo de la vida, de la creación entera.
     Bellamente lo expresa san Pablo: “Sabemos que la creación entera gime hasta el presente… Y no solo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza” (Rom 8,22-24).
    En su libro/entrevista “Cruzando el umbral de la esperanza”, el Papa Juan Pablo II subrayaba esta dimensión.
      Un tiempo litúrgica y existencialmente “fuerte”. Es el tiempo bíblico por excelencia. Un tiempo crístico, por cuanto todo él está orientado a Cristo y por Cristo...; un tiempo crítico, en cuanto que ayuda a desenmascarar impaciencias y utopías, y a purificar y consolidar la esperanza... Y un tiempo eclesial: el tiempo de la Iglesia que celebra su fe “mientras espera la gloriosa venida del Señor Jesucristo”.
      Los textos bíblicos de este primer domingo pretenden suscitar en nosotros una reacción para que rompamos con ritmos de vida cansinos y rutinarios y elevemos los ojos a lo alto para descubrir esa figura que viene cargada de ilusión y salvación para la vida.
      La primera lectura, tomada del llamado “Libro de la consolación” del profeta Jeremías, habla del gran día en que Dios suscitará a Alguien que hará justicia y derecho, acabando con el desencanto de los defraudados por la prepotencia y la injusticia. Y ese alguien será Jesucristo. Pero, ¿realmente ha acabado Cristo con el desencanto? ¿No damos la impresión de que no ha venido ni se le espera?
      El Evangelio, por su parte, con un lenguaje propio del género apocalíptico, habla de la venida del Señor en poder y gloria; y urge a vivir con lucidez y discernimiento: “Tened cuidado que no se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero”.
      Desde la segunda lectura se nos hace una llamada a la esperanza responsable, activando el amor fraterno, que es su verdadero artífice.
      Todo esto lo sugiere el tiempo de Adviento. No es, pues, solo, la evocación de Belén, no es un tiempo de añoranzas sino de esperanzas; no es un tiempo retrospectivo, sino la espera de la gran Navidad futura, cuando Dios nazca definitivamente en todo hombre y todo hombre renazca para Dios.
      El Señor vino, vendrá y VIENE en cada instante y circunstancia, en cada urgencia del prójimo y en cada gracia. ¡No vivamos distraídos! ¡Y hay muchas formas de distraerse! ¡Y muchas distracciones!
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Con qué actitud me sitúo ante el Adviento?
.- ¿Mantengo esperanzas en la vida? ¿De qué tipo?
.- ¿Con qué alimento la esperanza?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap. 

domingo, 15 de noviembre de 2015

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

SAN MARCOS  13,24-32
      "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: En aquellos días, después de una gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes temblarán.
      Entonces verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, del extremo de la tierra al extremo del cielo.
      Aprended lo que os enseña la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, sabéis que la primavera está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a las puertas. Os aseguro esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán. El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre."
                                          ***                  ***                  ***                  ***
    El texto de S. Marcos se apoya en referencias veterotestamentarias (Is 13, 9-10 y 34,4). Los prodigios cósmicos sirven en el lenguaje de los profetas para describir las intervenciones poderosas de Dios en la historia; aquí, en concreto, se quieren subrayar dos aspectos: una novedad-renovación radical, que implica la desaparición de lo antiguo (cf 2 Pe 3,13) y la transitoriedad de la realidad presente, sin entrar a describir el cómo, ni a determinar el cuándo. El centro de esta pequeña unidad recae en la afirmación de la venida del Hijo del hombre. Para S. Marcos se trata de la venida de Jesús; pero de una venida peculiar: lo sugiere la referencia a la nube (que es signo del mundo divino) y la afirmación "con gran poder y gloria". La imagen está inspirada en Dn 7,13-14, con la que se anunciaba el restablecimiento del reino mesiánico. Aunque no se afirma expresamente la finalidad de esa venida, los contextos literarios sugieren que es para juzgar. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles para reunir a los elegidos. Reunir a todos los hijos de Dios dispersos era el gran sueño de Israel (Zac 2,10; Dt 30, 4). Ninguno se perderá. La venida del Hijo del hombre pondrá fín a la dispersión originada por la gran tribulación. El final, pues, no será catástrofico, sino salvador.
    Con la parábola de la higuera, Jesús invita al discernimiento correcto de los signos de los tiempos.
REFLEXIÓN PASTORAL
     Nos encontramos en las postrimerías del año litúrgico, y los textos de la palabra de Dios nos invitan a reflexionar sobre un hecho inevitable: el fin de “este” mundo. Más de uno podrá haber quedado impresionado por el lenguaje de estos textos, especialmente el del evangelio. No es este el momento para abordar su explicación. Pertenece a un género literario especial -el apocalíptico-, caracterizado por la viveza  de sus imágenes, y que tiene por tema, generalmente, la revelación de los acontecimientos últimos de la historia. En todo caso, es una literatura de esperanza, no de catástrofe. Pero si no podemos abordar la peculiaridad de ese lenguaje literario, no debemos eludir, sin embargo, la necesidad de alcanzar su mensaje.
     Para muchos de nuestro contemporáneos la perspectiva del fin de la propia existencia y del mundo en que se mueven, y en cuya construcción han empleado, quizá, lo mejor de su vida, suscita una resignada amargura, cuando no una desesperada protesta ante lo inevitable.
     Por otra parte, nos movemos en un ambiente de presagios funestos, donde abundan profetas de calamidades, que pretenden ver en los acontecimientos que estamos viviendo el umbral o el dispositivo que ponga en funcionamiento el detonador fatal. Como creyentes, ¿qué responder a esto?
      Para el discípulo de Cristo no hay cabida más que para una actitud: la esperanza responsable. A los cristianos de Tesalónica, preocupados por la suerte de los muertos y de los últimos días, san Pablo les escribe “para que no os aflijáis como los que no tienen esperanza” (1 Tes 4,13). Además, “el día y la hora nadie la conoce” (Mc 13,32), por tanto “en lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis que os escriba” (1 Tes 5,1)…, “y no os alarméis por alguna revelación, rumor o supuesta carta nuestra… ¡Que nadie en modo alguno os engañe!” (2 Tes 2,2-3).
      Pero es que, además, según los textos del NT, ese fin no será una catástrofe, sino la victoria definitiva de Cristo. Entonces tendrá lugar la “nueva creación de unos cielos y una tierra nueva en los que habite la justicia” (2 Pe 3,13): se oirá la voz de Jesús: “Mira,  hago nuevas todas las cosas” (Apo 21,5). Será una transformación de la existencia, por la que “la creación entera ahora gime y sufre dolores de parto…, pues hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,22.24). Entonces recibirán el premio los que vienen de la “gran tribulación” (Ap 7,14).
     La carta a los Efesios ofrece las claves para una lectura optimista del llamado fin del mundo: recapitulación de todas las cosas en Cristo (Ef 1,10). No se trata, pues, de destrucción, sino de novedad; no de muerte, sino de esperanza. Si bien, para ello, es necesario que el grano de trigo sea sembrado, enterrado (Jn 12,24); que Jesús sea crucificado (Mt 17,22-23); que el cristiano tome cada día su cruz (Mt 16,24) y que la representación de este mundo pase (1 Cor 7,31). Pero no lo olvidemos, el hecho fundamental de la vida de Jesús fue la resurrección, y de la vida del cristiano ha de ser la esperanza de que si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos con Él (1 Cor 6,14; 2 Tim 2,11).
      Nada de actitudes negativas. Creemos en Cristo, vivamos en consecuencia, empeñándonos diariamente porque esta nueva creación  -para los pesimistas el final- se realice con nuestra aportación, ya que el reino de Dios, cuya implantación pedimos en el Padrenuestro, no puede sernos ajena. Nos lo recuerda la parábola de los talentos.
      Por tanto, en espera de que nuestra existencia adquiera una dimensión definitiva, sigamos el consejo de san Pablo a los cristianos de Filipos: “Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, tenedlo en cuenta” (4,8), y “todo lo que de palabra o de obra, realicéis, sea  todo en el nombre de Jesús” (Col 3,17). Solo con una vida así interpretada, podremos celebrar coherentemente la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador, Jesucristo.
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Sé leer desde la fe los “signos de los tiempos”?
.- ¿Cómo afronto el presente? ¿con esperanza?
.- ¿Funciono en la vida con mentalidad de sembrador o de recolector?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.  

domingo, 25 de octubre de 2015

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 10, 46-52

                                                                   

    "En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: Hijo de David, ten compasión de mí.
    Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo.
    Llamaron al ciego, diciéndole: Ánimo, levántate, que te llama.
    Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: ¿Qué quieres que haga por ti?
    El ciego le contestó: Maestro, que pueda ver.
    Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha curado."
                        ***                  ***                  ***                  ***
    Antes de entrar en Jerusalén, donde hay que tener los ojos muy abiertos y limpios para comprender todo lo que va a suceder, Jesús realiza la última curación  devolviendo la vista a un ciego, que le invoca como “Hijo de David”. ¡Todo un símbolo! “¿Qué quieres que haga por ti?”. Ante esta pregunta los Zebedeos pidieron poder, Bartimeo, en cambio, visión. Jesús hace ver, porque es Luz; pero no da poder, porque es Servidor. Aquel ciego, recuperada la visión, lo seguía por el camino. ¡El discípulo ha de entenderlo!
REFLEXIÓN PASTORAL
      A poco que hayamos prestado atención a este evangelio habremos percibido su capacidad de impresionar y sugerir. No es una anécdota pasada. Jesús aparece dando sentido a los sentidos -o a la falta de sentido- del hombre.  Hace andar a los cojos, ver a los ciegos, oír a los sordos, hablar a los mudos.  Jesús  dador de sentido, liberador de los impedimentos del hombre...
      Hoy se nos habla de un pobre ciego -doble desgracia, y es que la desgracia nunca viene sola-, sentado al borde del camino y pidiendo limosna. Pero tuvo suerte, porque ese camino -el de su pobreza y marginación- lo recorría también Jesús.  Y es que el camino, la andadura del Señor, discurrió precisamente por esas zonas que los hombres oficialmente buenos consideraban "peligrosas".
       "Escoge a los pecadores y come con ellos…. (Lc 15,2); si este fuera profeta sabría quién y qué clase de mujeres la que lo está tocando, pues es una pecadora. (Lc 7,39).  Así pensaban y se expresaban los "buenos". Pero Jesús no rehuyó lo que ellos llamaban "malas compañías". Porque había  venido a buscar precisamente a lo que estaba perdido. No se preocupó de evitar las "malas compañías", sino que se esforzó por ser él un buen compañero, una "buena compañía".
       No recorrió las rutas "oficiales" sino los caminos reales de los hombres.  Por eso sabía de sus necesidades; por eso su camino de la cruz empezó antes del viernes santo, porque hizo suya la cruz de cada hombre.
      Por eso cuando los prudentes, los preocupados por ocultar al Maestro la fealdad y la pobreza humanas que hay a lo largo del  camino, quisieron acallar los gritos del ciego, Jesús, para quien no servían esos círculos de seguridad, no permite que se pierda ningún grito de dolor y esperanza  y manda traer al ciego.
      "¿Qué quieres que te haga?". Jesús, como el que sirve, se ofrece pero no impone el servicio. Quiere que el hombre tenga la iniciativa en su propia salvación. Porque sin libertad no hay salvación. Sería una imposición más. Antes de curar, Jesús quiere saber qué era para aquel hombre su enfermedad, su carencia y su dolencia radical: "¿Qué quieres que te haga?"  "¡Maestro, que recobre la vista!".
     Más de una vez he pensado que aquel hombre no era tan ciego: había reconocido y confesado a Jesús como “Hijo de David”, y se dirige a él como “¡Maestro!”. ¿No estarían más ciegos los que le mandaban callar?
     En todo caso, este breve diálogo deberíamos revivirlo todos y cada  uno de nosotros. Porque Jesús no ha cambiado de actitud. Sigue recorriendo los caminos de la vida real con su pregunta "¿Qué quieres que  te haga?". ¿Qué le responderíamos nosotros? ¿“Auméntanos la fe” (Lc 17,5)?; ¿“Creo, pero ayuda mi falta de fe!” (Mc 9,24)?; ¿“Maestro, que  recobre la vista” (Mc 10,51)?
      ¿Somos conscientes de nuestras carencias y dolencias más radicales? ¿Tendríamos una necesidad tan profunda como la  del ciego, la de ver, o nos limitaríamos a una petición por el bienestar? ¿Nos contentaríamos, como los dos hermanos del pasado domingo, con un puesto de privilegio, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 10,37)? “Tú que diste vista al ciego, filtra en mis secas pupilas dos gotas frescas de fe”, unas gotas que lleguen hasta el corazón, porque solo se ve bien cuando se mira con el corazón y con un corazón limpio. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).
REFLEXIÓN PERSONAL  
.- ¿Qué expectativas suscita en mí Jesús?
.- ¿Siento necesidad de “ver”?
.- ¿Mis encuentros con Jesús son sanadores?

    DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 18 de octubre de 2015

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS 10,35-45

    "En aquel tiempo se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
    Les preguntó: ¿Qué queréis que haga por vosotros?
    Contestaron: Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
    Jesús replicó: No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?
    Contestaron: Lo somos.
    Jesús les dijo: El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.
    Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, reuniéndolos, les dijo: Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos".
                                  ***                  ***                  ***                  ***
    A continuación del tercer anuncio de la Pasión, este relato pone, una vez más, en evidencia la "resistencia" de los discípulos para comprender la propuesta de Jesús (cf. 8,32ss; 9, 32ss). La sección consta de dos partes: vv 35-40  y  42-45. Contemplando los paralelos sinópticos se advierten algunas peculiaridades. Mt pone la petición en labios de la madre (20, 20-21) y elimina la mención del bautismo. Lc, que no transmite la primera parte, la segunda (vv 42-45) la sitúa en un contexto diferente: en el de la institución de la eucaristía, inmediatamente después de su narración (Lc 22, 24-27). La respuesta de Jesús se articula en dos momentos: haciéndoles caer en la cuenta de que no conocen el alcance último de su petición, y realizando la contraoferta.  El v 41 sirve de tránsito para la segunda parte, y también de radiografía de la "calidad" humana del grupo. Jesús, partiendo de una constatación de hecho: el modo como se ejercía el poder político, presenta un estilo alternativo, articulado en tres proverbios o sentencias (los destinatarios del evangelio de Mc han conocido el despotismo de Nerón). La alternativa cristiana es de otro estilo. Y está fundamentada e inspirada en el ejemplo del Maestro. La expresión "por muchos" (cf 14,24) puede entenderse en un sentido circunscrito, aunque indeterminado, o universal -por todos-; el testimonio de 1 Tim 2,6 lo confirma. La alusión a la muerte expiatoria tiene como trasfondo a Is 53, 10-12, aunque la de Jesús presenta elementos del todo singulares. La petición de los Zebedeos sirve para conocer la propuesta de Jesús: participar en su destino (cáliz y bautismo), y el estilo de una comunidad cristiana: el servicio. Jesús es alternativo a los sistemas imperantes; no es solo contrario -no es un NO-, sino distinto -es un SÍ-, una propuesta renovadora.
REFLEXIÓN PASTORAL
    La escena evangélica protagonizada por los hijos del Zebedeo da lugar a interpretaciones diametralmente opuestas.
    La mayor parte de los comentaristas atribuyen esta actitud a una ambición desenfrenada, a deseos de supremacía... Otros, por el contrario (los menos), asumen la defensa de los acusados, considerando el conjunto de la escena como expresión de la amistad y del deseo de los dos hermanos de acompañar a Jesús a lo largo de su camino, de estar a las duras y a las maduras... Pero permanece el hecho de que el episodio, a no ser que se recurra a simplificaciones apresuradas, presenta aspectos desconcertantes. El evangelista Lucas lo ignora, y  Mateo se lo endosa a la madre. El relato de Marcos tiene todos los visos de responder a la realidad.
     Se puede sostener, adoptando una solución intermedia, que la petición de Santiago y Juan no parece ni descaradamente egoísta, ni totalmente desinteresada. Una mezcla de entusiasmo y cálculo. Un fondo de generosidad, en el que se insinúa una pizca de vanagloria. Una disponibilidad al riesgo, pero con alguna garantía. En una palabra, ingenuidad y picardía...
     Jesús no les reprende; se limita a "purificar" su visión y su pretensión. Sin embargo los compañeros interpretaron desfavorablemente la postura de los hermanos. Se sienten ofendidos por el atrevimiento de los dos colegas; piensan que eso puede atentar contra la estabilidad del grupo. En realidad los "diez" alimentaban las mismas pretensiones. Poco antes, Jesús, sorprendido del “ruido” que percibió en el grupo camino de Cafarnaún, había preguntado a los Doce: "¿De qué discutíais por el camino"?, y no contestaron, porque por el camino habían discutido sobre quien sería el más importante (Mc 9,33-34).
    "No sabéis lo que pedís", les responde Jesús, y les hace la única oferta posible para quien de verdad busca su cercanía: "beber el cáliz". Él no es un seguro de éxito humano, sino un reto y un riesgo.
     Y al resto del grupo les aclara el verdadero estilo, alternativo, que ha venido a instaurar: "Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. Vosotros nada de eso: el que quiera ser grande que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero que sea esclavo de todos". 
      No se trata de demandar puestos a la derecha o a la izquierda; el puesto que recomienda Jesús es el que adoptó él, lavando los pies de los discípulos (Jn 13,1-14). ¡Más claro! Y es que Jesús diseña una tipología alternativa, revalidando lo menor y a los menores. Y lo hace conscientemente, sabiendo que, procediendo así, desconcertaba y desestabilizaba no solo el sistema socio-religioso de su tiempo, sino a los propios discípulos.
     Tanto la primera lectura, como la segunda, subrayan también el aspecto del servicio del enviado de Dios: entrega personal de la vida, entrega exhaustiva, en vertiente profética (primera lectura) y en vertiente sacerdotal (segunda lectura). Se trata de un servicio no ritual, sino existencial, hasta el agotamiento. Y. muchas veces, un servicio silencioso, sin publicidad, sin cámaras… Porque hay quienes están dispuestos a servir, pero desde la presidencia, desde la dirección… ¿Seremos capaces de esto?
      Estas palabras de Jesús suponen una llamada de atención a una Iglesia, permanentemente tentada de confundir la “presencia” con la “presidencia”, de servir desde el poder, confundiendo el poder servir con el servicio del y desde el poder.
    La Iglesia, la comunidad de los creyentes en Cristo, solo será útil y significativa para los hombres y sobre todo fiel a su fundador, en la medida que sea alternativa; en la medida en que rompa la lógica de lo mundano. "¡No sea así entre vosotros!" (Mc 10,43).
     Cuando se dedique a copiar estructuras administrativas de pervivencia... Cuando en ella surja la impresión de la existencia de dominados y dominadores... Cuando la burocracia sofoque, ahogue a la gracia... Cuando aparezcan estas señales de alerta, abrir  otra vez esta página de S. Marcos.      
     Jesús no está en contra de que haya dirigentes en la Iglesia. El nombró a Pedro y los Apóstoles. Pero está en contra del modo mundano de ejercer la jefatura. La Iglesia no ha de ser una comunidad desprovista de autoridad, entendida esta como disponibilidad al servicio, a semejanza de “el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mc 10,45). Y “ no está el discípulo sobre su Maestro" (Lc 6,40).
        
REFLEXIÓN PERSONAL
.- Cómo cristiano, ¿a qué aspiro en la vida?
.- ¿Qué privilegio: el servicio o el autoservicio?
.- ¿Mi comunión con Cristo es real o ritual?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 11 de octubre de 2015

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS  10,17-30

    "En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
    Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
    Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
    Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego sígueme.
    A estas palabras, frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
    Jesús mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
     Los discípulos se extrañaron de sus palabras. Jesús añadió: Hijos, ¡qué difícil les es entrar en Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el Reino de Dios.
    Ellos se espantaron y comentaban: Entonces, ¿quién puede salvarse?
    Jesús se les quedó mirando y les dijo: Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
     Pedro se puso a decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.
    Jesús dijo: Os aseguro que quien deja casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casa y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras con persecuciones-, y en la edad futura vida eterna".
                        ***                  ***                  ***                  ***
     A un hombre con una pregunta existencial por lo fundamental, Jesús, mirándole con cariño, le invita a “ir más allá”: le invita a su seguimiento, un seguimiento enriquecedor, pero también retador. La propuesta  alternativa  de Jesús implica tres momentos: desprendimiento, caridad y seguimiento. La “retirada” de aquel hombre es elocuente. Jesús advierte del peligro de los que confían en las riquezas, pero tampoco lo absolutiza: Dios lo puede todo (cf Lc 19, 1-10). En la respuesta a Pedro, Jesús asegura que el seguimiento exige el desprendimiento y que  el desprendimiento y el seguimiento cristiano son enriquecedores: abren al hombre a una familia más amplia: la iglesia, y  le incorporan en esperanza a la vida eterna. El inciso “junto con persecuciones” matiza la interpretación materialista o ingenua de la promesa.

REFLEXIÓN PASTORAL
    La Palabra de Dios no es un adorno ni un entretenimiento. Es la única posibilidad de caminar por el mundo, identificados con estilo y contenidos propios. Esta Palabra nos comunica verdades (es reveladora) e interpela nuestra existencia (es responsabilizadora).
    La rutina y la artificialidad con que la proclamamos y escuchamos han acabado por restarle capacidad de impacto en nuestra existencia. ¡Ya nos sabemos el Evangelio, y no nos sorprende! ¡Ya no es una buena noticia, ni siquiera noticia, sino historia repetida! Acojamos con responsabilidad las afirmaciones de la Carta a los Hebreos: "La Palabra de Dios es viva y eficaz... Juzga los deseos e intenciones del  corazón" (2ª lectura).
    ¿Y cuáles son los contenidos y exigencias que esa Palabra nos anuncia este domingo?
    Que es necesario dotar a nuestra vida de contenidos sólidos, si queremos que esta no se diluya. Que es preciso establecer una valoración jerarquizada de los motivos del vivir, si no queremos una existencia tergiversada, desorientada. Que al hombre no le queda otra alternativa de salvación si no es la progresiva liberación de la confianza ciega  en el poder salvador del dinero. Que es necesaria la Sabiduría de Dios -esa de la que nos habla la primera lectura- para distinguir, entre tanta bisutería,  el auténtico tesoro.
     El afán de tener más, para ser más y consumir más ha exigido -y exige- un alto precio en moneda humana. Muchos ascensos se consiguen con desplazamientos injustos e, incluso, pisando peldaños humanos. Muchas ganancias están amasadas con derechos humanos hipotecados.
     Jesús hoy irrumpe en nuestras vidas para decirnos que el camino de la salvación va en otra dirección; que los planteamientos a que tenemos sometida la existencia son planteamientos de muerte, sin salida, sin futuro...Y no podemos acallar ni atenuar la radicalidad de sus palabras: "¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero!"         
    Pero tampoco las utilicemos como argumento de condenación: son palabras orientadas a crear esperanza, aunque no falsas ni cómodas esperanzas; son palabra de salvación, porque "Dios lo puede todo". Hasta cambiar el corazón de los ricos...
    Es fácil contemplar la mota en el ojo del otro; considerarse, por esta vez, libre de pecado. ¿Quien se considera hoy rico? Muy pocos. Pero ser rico no es solo poseer cosas sino poseerse, o ser poseído por las cosas. Y la salvación la encontraremos en la medida en que compartamos no solo lo que tenemos sino lo que somos; en la medida en que el dar nos proporcione más alegría que el recibir; en la medida en que nos situemos ante el Señor con la pregunta del personaje del evangelio: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?
    "Una cosa te falta..." respondió Jesús. Invitándole a ir más allá de la observancia de los mandamientos, le invita, le urge, a adentrarse en el ámbito de la comunión interhumana, a liberarse de las redes que paralizaban sus movimientos..., para seguirle.
    Esa advertencia de Jesús -“Una cosa te falta”- debería conducirnos a la pregunta por el  ¿qué nos sobra?; porque muchas veces es la saturación la que nos impide percibir las carencias más importantes de la vida.
    ¿Qué nos sobra? ¿Miedo? ¿Insensibilidad? ¿Superficialidad? ¿Egoísmo? ¿Soberbia? ¿Rutina?... Es necesario revisar el ropero vital y ver qué cuelga de nuestras perchas, qué almacenamos en nuestros armarios. Ya san Pablo invitaba a los Colosenses y a los Efesios a hacer esa revisión, para deshacerse de lo que sobra y quedarse con lo esencial, con “lo bueno” (1 Tes 5,1). Caminamos saturados de cosas accesorias, olvidando la “carga ligera” (Mt 11,30) de Jesús.
     “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura” (Mt 6, 33); “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo, si se pierde o se arruina a sí mismo?” (Lc 9,25); “No estéis agobiados…” (Mt 6,25). “Solo una  cosa es necesaria” (Lc 10,42). “Quien a Dios tiene nada le falta; solo Dios basta” (Sta. Teresa). "¡Dios mío y mi todo!", decía san Francisco de Asís.
     También nosotros podemos, quizá, reconocernos en ese personaje, con una vida honesta, pero no radical. Como a él, puede que solo nos falte,  o nos sobre, una cosa para amar a Dios sobre todas las cosas; pero es esa precisamente, la que nos distancia y entristece.
     Ante la radicalidad de las exigencias de Jesús, los discípulos, nos dice el evangelio, se  extrañaron mucho. Nosotros seguimos tan tranquilos, quizá porque no las tomamos en serio. Pero Dios habla siempre en serio. No podemos banalizar su palabra.  Jesús es portador de preguntas y propuestas esenciales y liberadoras.
REFLEXIÓN PERSONAL
 .- ¿Qué me falta? ¿Qué me sobra?
.- ¿Cuáles son mis preguntas en la vida?
.- ¿Discierno desde la palabra de Dios, o prevalecen otros criterios?

DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

domingo, 6 de septiembre de 2015

DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO

  SAN MARCOS  7, 31-37

                                                     
   " En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
    Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: Effetá (esto es, “ábrete”). Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
    Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos."
                                           ***                  ***                  ***                  ***
    Jesús se encuentra en tierra “pagana”. Le presentan un sordo que además tenía bastantes dificultades para expresarse - es decir, un hombre "aislado" interior y exteriormente -, pidiendo que le imponga las manos.
La intervención de Jesús rehuye toda espectacularidad. Los gestos y la saliva eran elementos típicos de las curaciones. A la saliva se le reconocían efectos curativos y apotropáicos (desviación de fuerzas malignas). También el gemido profundo formaba parte del ritual de la curación. Este gesto y la palabra - "effatá"- pasaron a la liturgia bautismal. Hoy ya no se conserva. Jesús devuelve al hombre la capacidad de hablar y de oir; le reintegra a la vida y a la comunicación. Por otra parte, es un gesto mesiánico (cf. Mt 11,5). La prohibición que sigue a continuación del milagro, ya es clásica en Mc.
El versículo conclusivo está lleno de intencionalidad teológica. Han llegado los tiempos mesiánicos (cf. Is 35,5s). La obra de Jesús recibe el mismo aplauso, la misma valoración que la obra creadora de Dios (Gén 1,3).  Ha llegado la plenitud de los tiempos (Gál 4,4).

REFLEXIÓN PASTORAL
    No se requiere mucha perspicacia para detectar en nuestra sociedad una especie de cansancio, hastío y escepticismo. Pero quizá sí se necesite esa perspicacia, y en grandes dosis, para detectar el porqué de esa situación.
    Nuestro momento se caracteriza por un agotamiento de los modelos, por una agonía de los sistemas y esquemas sociales, familiares, económicos, políticos y religiosos. Por eso abundan tantas ofertas a corto  o a largo plazo; ofertas nacidas ya con el convencimiento de su provisoriedad e insuficiencia. Y, por eso, hay tanto desconcierto, e incluso temor.
     ¿No será que hemos orientado nuestra vida hacia metas frustradoras? El silencio de los cristianos, a este respecto, puede que ya sea culpable, aceptando una domesticación agresiva, sin saber dar razón de nuestra esperanza y de nuestra fe, de manera creativa, libre e, incluso, contestataria (cf. 1 Pe 3,15.
     La palabra de Dios hoy resuena con claridad y fuerza: “Sed fuertes, no temáis”. Hay un principio de esperanza: la presencia de Dios revitaliza al hombre -“se despegarán los ojos de los ciegos…”- y a la naturaleza -“porque han brotado aguas en el desierto”-. Y es que “si el Señor no construye la casa…” (Sal 127,1).
     Y hoy parece que nos estamos empeñando en construir no solo de espalda a Dios, sino contra Él, olvidando un dato testimoniado por la historia: quien comienza por situarse de espaldas a Dios, termina situándose de espaldas al hombre… Porque sin Dios, sin la perspectiva que de él se deriva, el hombre deja de ser ese absoluto indomesticable, para convertirse en instrumento manipulable al servicio de los más variados intereses. Devaluada su porción divina, la figura del hombre decrece, se empequeñece vertiginosamente. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza y, por tanto, Dios no solo es su origen, también es su destino. “Nos hiciste, Señor, para ti…” (S. Agustín).
     Para reconducir al hombre a su meta original, para devolverle la perspectiva perdida y liberarle de todos los impedimentos, vino Jesucristo.
     El evangelio de hoy nos le presenta liberando a un hombre de sus limitaciones físicas, porque toda salvación debe ser integral, abriéndole a la escucha y a la comunicación con los demás. Pero la obra de Jesús no queda reducida a eso. Vino a abrir en el hombre dimensiones más profundas  -el corazón-  y a dimensiones más profundas. Ese corazón que a veces tiende a replegarse sobre sí mismo, desoyendo las urgencias del prójimo y renunciando a la comunicación sincera con él, dejándose llevar por la acepción de personas. A este respecto resulta esclarecedora la segunda lectura. La Iglesia debe ser un espacio de comunión; sin distinciones ni clasificaciones. Sin duda que algo hemos progresado en esto, pero no hemos alcanzado la meta.

    Comenzaba aludiendo a esa especie de cansancio, de agotamiento y desencanto. ¿A dónde ir? ¿A quién ir? “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados…” (Mt 11,28). Solo Jesús tiene palabras de salvación, de verdad, porque él es la salvación y la verdad; solo él puede calmar la sed, porque es el agua viva (cf. Jn 7,38).
REFLEXIÓN PERSONAL
.- ¿Cuál es el origen de mis cansancios y desalientos?
.- ¿Mezclo la fe con la acepción de personas?
.- ¿Siento en mi vida la acción sanadora de Jesús?
 
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFM Cap

domingo, 23 de agosto de 2015

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

San Juan 6,61-70
    En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?
    Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo: ¿Esto os hace vacilar?, ¿y si viérais al Hijo del Hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen. Pues sabía Jesús desde el principio quienes no creían y quien lo iba a entregar.  Y dijo: Por eso os he dicho que nadie viene a mí, si el Padre no se lo concede.
    Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él. Entonces Jesús dijo a los Doce: ¿También vosotros queréis marcharos?
    Simón Pedro le contestó: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos. Y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.
                              ***                  ***                  ***                  ***
    Tras la “propuesta eucarística” (Jn 6,51-58), también en el círculo de los discípulos surgen la crítica y las defecciones. Les parecía un lenguaje radicalizado, sin precedentes. ¡Y en realidad así era! Pero Jesús no da marcha atrás; aclara que su seguimiento, y la comprensión de su palabra y de su persona no se hacen desde la carne y la sangre sino desde la revelación del Padre. Y la pregunta a los Doce, al círculo de intimidad, supone la necesidad de clarificación y decisión libre y personal. La respuesta de Pedro es luminosa: ¡No hay alternativa salvadora a Jesús!
REFLEXIÓN PASTORAL
    "Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre" (Jn 6,44).  Quizá lo hemos olvidado: ser cristiano es una gracia, un don de Dios. ¡Hemos sido agraciados! Sin embargo, ¡qué difícil resulta reconocer en nuestros rostros inexpresivos y cansinos el gozo de creer! Si profundizáramos en esa verdad, cómo cambiaría nuestro modo de ver y vivir la vida.
    Porque no hemos alcanzado nosotros a Dios, sino que es Dios quien nos ha alcanzado a nosotros. Nuestra fe en Dios no es sino la respuesta  a la fe que Dios tiene en nosotros. Sí, Dios es también creyente: cree en el hombre, en cada hombre, hasta el punto de dejar en manos de cada uno de nosotros la posibilidad y la libertad de reconocerlo como Dios y Señor; la posibilidad y la responsabilidad de seguirlo o abandonarlo.
     De esto nos habla hoy la palabra de Dios: la respuesta a la fe es algo que hay que renovar y concretar cada día. Cada momento, cada estado y situación de vida, como nos recuerda la segunda lectura, es una oportunidad de configurar la vida desde Cristo, de vivirlos desde la fe.
     No podemos dejar que envejezcan los motivos de nuestra fe. No podemos vivir el hoy  desde el ayer.  Como a los israelitas, también a nosotros se nos pone en la disyuntiva, en la alternativa de escoger a qué Dios queremos servir; sabiendo que es imposible servir a dos señores (cf. Mt 6,24)
    Vivimos tiempos de ídolos, antagonistas declarados o camuflados del Dios verdadero. Nuestra vida discurre en una profunda contradicción: la de confesar teóricamente a Dios, para desplazarlo después en la vida real a espacios insignificantes e irrelevantes; la de decir que le amamos sobre todas las cosas, para que después cualquier cosa sea un pretexto para no amarle sobre todo. O lo que es más grave aún: la de caer en la tentación de hacernos un dios a nuestra medida, que legitime y tranquilice nuestra mediocridad.
     No es la idolatría una característica exclusiva de las culturas primitivas. Nuestra sociedad, que reclama y proclama la secularización, no ha podido, en la práctica, sortear los riesgos ni sustraerse a los reclamos seductores de los ídolos, que, aunque más sofisticados en sus formas, no son menos “vacíos”, y sí más peligrosos que las rústicas manufacturas de los antiguos.
    El dios poder-dinero-placer (la nueva trinidad), con su cortejo de ídolos menores, sus “templos”, sus “evangelios” y sus “apóstoles” configuran la nueva religión. Y así, a medida que vamos rechazando ser mártires de la fe, nos vamos convirtiendo en víctimas del consumo. Retiramos nuestros sacrificios del altar de Dios, para inmolar nuestras vidas a los ídolos del egoísmo y el materialismo.
    Ya hace muchos años resonó esta advertencia: “Tened mucho cuidado... No sea que, levantando tus ojos al cielo y viendo el sol, la luna, las estrellas y todos los astros del firmamento te dejes seducir y te postres ante ellos para darles culto… Reconoce  hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro” (Dt 4,15-20. 39-40).
    Es posible la idolización, al menos práctica, de algunas dimensiones de nuestra existencia y de nuestro entorno. Es posible vivir referidos prácticamente a un dios distinto del profesado teóricamente. Es posible…, pero no es correcto, porque “¡No hay otro!”. El reto de Josué es una llamada de alerta:"Si os resulta duro servir al Señor, elegid hoy a quien queréis servir...".
     El evangelio nos presenta una situación parecida: superado el entusiasmo de los primeros días, ante las inequívocas exigencias de Jesús, comienzan los abandonos "muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él".  Pero Jesús no se desdice, no recorta su mensaje: "¿También vosotros queréis marcharos?". 
     Una pregunta válida para nosotros. Porque hay muchos tipos de abandono. No abandonan solo los que se van: hay muchas presencias que son ausencias; presencias rutinarias, indefinidas...
     No basta con estar, ¡hay que saber estar! Lo advirtió Jesús: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí" (Mt 15,8). Y todos estamos expuestos a la tentación, si no de abandonar abiertamente, sí de distanciarnos un poco de las exigencias del Evangelio; de replegarnos hacia posiciones de comodidad y tibieza, hasta donde nos conviene...

     Examinemos nuestra situación; revisemos y corrijamos, si es necesario, nuestra orientación para poder decir con verdad, como los antiguos israelitas: "Lejos de nosotros abandonar al Señor”, o como el Apóstol Pedro: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Solo tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos".
REFLEXIÓN PERSONAL

 .- ¿Vivo la fe desde el ayer o desde el hoy?
 .- ¿Qué ídolos lastran mi vida?
 .- ¿Gozo y experimento qué bueno es el Señor?
DOMINGO J. MONTERO CARRIÓN, OFMCap.

martes, 11 de agosto de 2015

MENSAJES CALLADOS.DÍA 9º





El secreto de la vida está en dar con lo esencial, sin absolutizar lo relativo. Miguel Ángel definió la belleza como “la purificación de lo superfluo”. Él veía en el interior del mármol una estatua y se limitaba a rescatarla cincelando lo superfluo. La vida de Clara fue un melodioso canto a esta belleza: se liberó de lo superfluo y emergió en ella la bella imagen de su Creador.
        Lo esencial para Clara fue vivir para Dios, identificada y abrazada a Cristo pobre, humilde, entregado hasta el extremo; acoger el amor de Dios y vivir en obsequio a Él. Desde esta radicalidad, concentrada en lo esencial, la vida de Clara se despliega en fecundidad amorosa para todos: “sostenedora de los miembros de su Cuerpo inefable que caen” (3CtaCl 8).
Lo esencial es el amor y para Clara tiene un nombre: Jesucristo, regalo del Padre.


          (Tomado del libro “Clara de Asís, habitada por la vida y el amor" de las Hermanas Clarisas de Salvatierra)